Parte 1: Elementos de estilo sexual

  • Introducción: la cortesía ante todo

    Caballeros: las damas primero. La caballerosidad hace mucho a la hora de satisfacer a una mujer

    Los hombres están diseñados para ser eficaces. Excitarnos no nos cuesta gran cosa. El proceso nos resulta bastante sencillo: por lo general tenemos un solo orgasmo y luego necesitamos un “periodo refractario”. Según cual sea nuestra edad, este periodo puede durar entre un par de minutos y un par de días.

    Ahora bien, el hecho es que el orgasmo masculino se produce con facilidad. Masters y Johnson lo denominan “eyaculación inevitable”, mientras que Alfred C. Kinsey, que entrevistó a miles de personas sobre su vida sexual, afirmaba que el 75% de los hombres eyacula en cuestión de dos minutos.

    En cuanto al orgasmo femenino, no hay nada inevitable. Según Sally Tisdale: “La sexualidad masculina es muy distinta de la mía, fundamentalmente porque a los hombres les basta con la intervención del pene; no necesitan preocuparse de que los toquen, los desnuden o les ensucien ninguna otra parte del cuerpo… Siempre me ha parecido que el orgasmo masculino les viene de la nada, que es infinitamente más eficaz y obediente que el mío.”

    El orgasmo femenino es un asunto más complicado y requiere generalmente mucho más tiempo de actividad sexual. El primer orgasmo de la mujer es el más difícil de alcanzar; precisa una estimulación constante, además de concentración y relajación. Así, no es de extrañar que ciertos investigadores de la Universidad de Chicago declararan en Sex in America Survey (1994) que los hombres alcanzan el orgasmo durante el coito con mucha más frecuencia que las mujeres, y que tres cuartas partes de ellos, pero menos de una tercera parte de las mujeres, llegan al orgasmo en todos los casos. ¡Menos de un tercio! Eso significa que, por término medio, a cuatro de cada cinco mujeres se les niega sistemáticamente el clímax.

    El hombre pertenece al Yang.
    La peculiaridad del Yang es que se excita fácilmente.
    Pero se agota con la misma facilidad.
    La mujer pertenece al Ying.
    La peculiaridad del Ying es que se excita lentamente, pero también tarda en saciarse.

    WU HSIEN, MAESTRO TAOISTA 

    Una amarga y cruel ironía parece impregnar nuestros respectivos procesos de excitación sexual: la ironía de que la mujer, única en su sexualidad, que posee tanto un clítoris (un órgano destinado únicamente a producir placer) como la facultad de experimentar múltiples orgasmos en el curso de una misma sesión de sexo, ve paradójicamente arruinada su enorme capacidad para alcanzar la plenitud del éxtasis. Una magnífica hoguera que no llega a encenderse por falta de una cerilla que prenda su llama. 

    Muchos hombres sostienen que el problema no es la cerilla, sino que las mujeres necesitan demasiada mecha. Tal vez, pero esto suscita la siguiente pregunta: ¿cuánto es demasiado? En estudios como los de Kinsey y los de Masters y Johnson se ha llegado a la conclusión de que sólo el 7,7% de las mujeres cuyas parejas dedican 21 o más minutos a los preliminares alcanzan el orgasmo en todos los casos. Esto supone un cambio de dimensiones tectónicas: de dos de cada tres mujeres que no logran alcanzar el clímax a nueve de cada diez que sí lo alcanzan. Y todo por una cuestión de minutos. 

    Muy pocos problemas del mundo, por no decir casi ninguno, pueden resolverse con tan sólo 20 minutos de atención, y he aquí que en el complicado escenario sociopolítico del dormitorio tenemos la oportunidad de conseguir la satisfacción bilateral. Dicho así, en aras de la paz y la igualdad sexual, ¿son 20 minutos de atención plena y bien aplicada demasiado pedir, cuando pueden salvar nuestra vida sexual? 

    Hagamos como los caballeros de verdad: aplacemos nuestro placer. Tal como escribió sir Thomas Wyatt, el padre del soneto inglés: “La paciencia será mi canto”.

    Conducir a una mujer hasta el orgasmo es un proceso divertido y liberador. Cuando ella llega primero, la ansiedad y la presión desaparecen; nos atrevemos a más, tenemos más fuerza para alcanzar con gusto nuestra gratificación, y el clímax resulta mucho más intenso por el hecho de haber sido aplazado. 

    ¿Qué mejor recompensa puede pedir un hombre?

  • 01 Su clítoris: esa máquina capaz de…

    Ilusión: el clítoris es un “botón del amor”, “una perlita rosa”, “un capullo de flor”, “un guisantito”, “una bolita”, “una pizca”, “un terrón”, “una cosita mínima”.

    Alusión: el clítoris es más de lo que se aprecia a simple vista. Mucho más. No confundamos su corona encapuchada (la cabeza o glande) con la totalidad del clítoris. Como veremos más adelante, el glande es tan sólo la punta del iceberg, el seductor umbral que nos transporta hasta abismos de placer ocultos.

    Vale la pena señalar que la anatomía del clítoris femenino sigue siendo objeto de debate entre la comunidad científica y médica. Mientras que existe un contingente de tradicionalistas convencidos de que el clítoris está formado únicamente por el glande, cada vez se acepta más la teoría basada en las investigaciones de pioneros como Masters y Johnson, Mary Jane Sherfey y los Centros de Salud de Mujeres Feministas, quienes sostienen que el clítoris es un sistema complejo, homólogo del pene masculino. 

    El clítoris, como una columna griega, se compone de tres partes: un capitel, un fuste y una base. Se extiende por la región pélvica, con estructuras visibles que abarcan en su totalidad la zona de la vulva, desde el sacro hasta el ano, además de otras zonas ocultas en el interior de la vagina. En su espléndido libro, A New View of a Woman’s Body: A Fully Illustrated Guide, la Federación de Centros de Salud de Mujeres Feministas identifica dieciocho partes de la red clitoridea; unas visibles y otras ocultas.

    Con más de ocho mil, el clítoris es la parte del cuerpo humano que concentra mayor número de nervios, en interacción además con las quince mil terminaciones nerviosas del conjunto de la región pélvica. Este vasto territorio erógeno es literalmente un hervidero de placer. La escritora científica Natalie Angier habla de la red clitorídea en los siguientes términos: “Los nervios son como lobos o pájaros; cuando uno empieza a gritar, los demás se suman al coro”. Así pues, más vale que dejemos de pensar en el clítoris como un simple botón y empecemos a considerarlo como una complicada red, una cúpula del placer, el Xanadú que se alza en el núcleo de la sexualidad femenina.

    Porque el clítoris es todo eso y más. Al acumularse en él la sangre como consecuencia de la excitación sexual, el clítoris aumenta de tamaño, igual que el pene; de hecho presenta el mismo tejido embrionario que el pene y puede compararse punto por punto con los genitales masculinos. Pero, a diferencia del pene —sobre el que pesan tanto las necesidades reproductoras como las de eliminación de residuos-, el clítoris no tiene otra función que la de producir placer y confiere a la mujer “una capacidad de respuesta sexual infinitamente superior a la que ningún hombre pueda soñar” (Masters y Johnson). Según la mitología griega, cuando Zeus y Hera acudieron al hermafrodita Tiresias para determinar quién experimentaba más placer, si los hombres o las mujeres, Tiresias respondió: “Si el total de la suma del amor es diez, nueve partes son para las mujeres y una para los hombres”.

    Como Cristóbal Colón en el momento de zarpar rumbo a lo desconocido, nuestra exploración del clítoris nos llevará al descubrimiento de un Nuevo Mundo. Y saber un poco de geografía ayuda mucho. La tierra no es plana; y el clítoris no es un botón del amor. Estudia los mapas y aprenderás que cada travesía es única.

  • 02 Sal de la vagina

    Cuando los hombres hablan de sexo tienden a usar el lenguaje de la penetración, a emplear adjetivos como “duro” y “profundo”. Entramos ahí, bien adentro, como si el placer estuviera enterrado en las profundidades del útero, como si se tratara de una semilla que hubiera que perforar y reventar con la poderosa herramienta masculina.

    Raro es el hombre que dice: “Le hice el amor con la dulzura y la suavidad de una pluma”; “le acaricié la vulva con la delicadeza de las alas de una mariposa”; “casi no la toqué y se volvió loca”. Y, sin embargo, ése sería el lenguaje más adecuado, pues las dos terceras partes más profundas de la vagina son notablemente menos sensibles que el tercio vestibular. En el curso de uno de sus estudios sexuales, el doctor Kinsey pidió a cinco ginecólogos que examinaran los genitales de casi novecientas mujeres para descubrir qué zonas eran las más sensibles. “Las paredes internas de la vagina en realidad tienen pocas terminaciones nerviosas y son bastante insensibles a las embestidas y a la presión”. Sin embargo, el noventa y ocho por ciento de las mujeres eran conscientes de cuándo se les acariciaba el clítoris.

    La superioridad del clítoris con respecto a la vagina para estimular el proceso de respuesta sexual femenina debería bastar para que más de un hombre entrara en barrena y se preguntara por el sentido de la vida o al menos por el sentido de su pene. Ahora bien, aunque sea difícil, es importante separar el concepto de procreación del de placer: el pene, destinado a encajar en la vagina, puede tener una función instrumental en la procreación, pero eso no significa que sea el instrumento ideal para el placer.

    Esta teoría tiene pocos partidarios, principalmente porque hace temblar los cimientos sobre los que la sociedad ha levantado nuestra concepción del sexo y pone en duda el valor del coito como paradigma principal para la construcción de un modelo de placer mutuo. Desde la pérdida de la virginidad hasta la consumación de una relación que culmine en el anhelado orgasmo simultáneo, nuestra cultura ha elevado a los altares la función de la penetración genital, convirtiéndola en la meta última de la relación heterosexual. ¿Qué sería de la “tercera cita” sin ello?

    La idea de que la penetración genital pudiera estar sobrevalorada resulta un hueso duro de roer, sobre todo para esos hombres que basan su autoestima en el valor del pene como instrumento para el placer femenino. Pronto veremos que la larga historia de la “negación del clítoris” en nuestra cultura se remonta hasta Freud. Constituye un modo de pensar tan arraigado en nuestro inconsciente colectivo que incluso obliga a las mujeres a cuestionar, si no a reprimir, sus instintos naturales, las respuestas y las sensaciones de su propio cuerpo, cuando no a fingirlas, antes que desafiar los postulados tradicionales o herir el ego masculino. Así las cosas, no podemos asombrarnos de que según el escritor Lou Paget la pregunta más frecuente que las lectoras envían a los editores de la revista Cosmopolitan sea la siguiente: “¿Cómo hago para alcanzar el orgasmo durante el coito?”. La respuesta es muy sencilla: no practiques el coito. O practícalo como parte de un conjunto más amplio, no como el todo.

    Este hueso no tendría por qué ser tan duro de roer, pues una vez digerido resulta sumamente liberador. Cuando aprendemos a reconocer el proceso de respuesta sexual femenino y sabemos manejarlo, el sexo resulta mucho más fácil, sencillo y reconfortante y nos vemos impelidos a generar placer no sólo con el pene, sino también con las manos y con la boca, con el cuerpo y con la mente. Al prescindir del coito nos abrimos a nuevos y creativos modos de placer, caminos que acaso no parezcan intrínsecamente masculinos, pero que en última instancia nos hacen ser más hombres. El sexo ya no depende del pene y podemos liberarnos de la ansiedad que nos produce pensar en el tamaño, el vigor y la ejecución.

    Somos libres para amar con muchas más partes de nosotros mismos, con todo nuestro ser.

  • 03 ¿El orgasmo femenino? ¡Pero si es muy fácil!

    Se ha hablado mucho de las diferencias entre el orgasmo clitorídeo, el orgasmo del punto G y el orgasmo mixto y vaginal. El orgasmo clitorídeo tiende a ser tachado de rápido y superficial, mientras se atribuye a los otros orgasmos más sustancia y seriedad. Sin embargo, un rápido estudio anatómico pone de manifiesto que todos los orgasmos son clitorídeos. El clítoris es el epicentro sexual femenino, una poderosa central orgásmica en la que ninguna sensación pasa inadvertida. Natalie Angier se refiere al archifamoso punto G, la zona de tejido suave situada justo en la antesala de la vagina, en los siguientes términos: “Las raíces del clítoris son muy profundas y es fácil que se activen con el contacto interior. Dicho de otro modo, el punto G tal vez no sea más que el extremo posterior del clítoris”.

    En cuanto al orgasmo vaginal y los gemidos de placer que a menudo acompañan a la penetración, lamento pinchar la burbuja de la ilusión, caballeros: aunque nos gusta pensar que esa sensación de éxtasis casi doloroso surge de las profundidades de la vagina y es resultado de nuestras formidables embestidas, en realidad es producida por “la presión en las zonas del clítoris que rodean la antesala vaginal”, lo que la autora Rebecca Chalker denomina “el puño del clítoris”. Cuando esta zona altamente sensible es estimulada y se llena de sangre, se forma en la antesala de la vagina un arco en forma de herradura que al friccionar y presionar al pene se convierte en el eje de la estimulación del orgasmo masculino. De manera que, en cierto sentido, tanto el orgasmo femenino como el masculino dependen del clítoris.

    Para los que duden, como santo Tomás, para los que no sean capaces de superar su apego vaginal, pensemos que una de cada cinco mil mujeres padece una disfunción congénita llamada agénesis vaginal, que consiste en nacer literalmente sin vagina, pese a que el desarrollo de los genitales externos, incluidos los labios mayores y menores, sea completamente normal. Mientras que estas mujeres no suelen ser capaces de quedar embarazadas sin cirugía o tratamientos específicos, sí son capaces de experimentar placer sexual y alcanzar el orgasmo, pues aunque carecen de vagina, su clítoris funciona perfectamente. Lástima que no pueda decirse lo mismo de las mujeres que han sido sometidas a la brutal práctica de ablación del clítoris. Esta dolorosa mutilación, análoga de la circuncisión masculina, sigue practicándose en algunas culturas, y las mujeres que son sometidas a ella quedan desfiguradas, traumatizadas y privadas de toda posibilidad de disfrute sexual.

    Los ejemplos anteriores demuestran que aunque nos empeñemos en aferrarnos a la idea de que los orgasmos vaginales y los orgasmos del punto G son experiencias plenas en sí mismas, el clítoris es sin lugar a dudas el resorte o catalizador de la respuesta sexual. Mientras que es posible tener un orgasmo sin intervención de la vagina, es casi imposible tener un orgasmo en la vagina o en el punto G sin intervención del clítoris.

    Así pues, cuando nos referimos a los distintos tipos de orgasmo femenino, podemos simplificar las cosas recurriendo a la “navaja de Ockham”, el principio metodológico acuñado por el filósofo medieval Guillermo de Ockham, que constituye el núcleo de toda teoría científica: Entia non sunt multiplicanda necessitatem (“No especulemos más de lo estrictamente necesario”).

    Cuando especulamos sobre la naturaleza de cualquier fenómeno (como el orgasmo femenino), este principio filosófico nos invita a desechar todo concepto, variable o creencia innecesaria para la explicación del fenómeno en cuestión. De este modo reducimos inconsistencias, ambigüedades y redundancias, además de la posibilidad de error.

    No hay por tanto necesidad de enzarzarse con la semántica para hablar del orgasmo. El clítoris los engloba a todos. Más vale usar la lengua para producir orgasmos que para perder el tiempo nombrándolos.

  • 04 La lengua es más poderosa que la espada

    Numerosos estudios han demostrado que las mujeres que reciben de sus amantes una estimulación directa del clítoris alcanzan el orgasmo en mayor número de ocasiones. Sucede que la mayoría de las posturas sexuales (especialmente la del misionero) no producen una estimulación adecuada del clítoris. Ésta fue la conclusión de Shere Hite: “El sexo se ha revelado eficaz para el orgasmo masculino, pero ineficaz para el femenino”.

    Si quisieras pintar un paisaje delicado y sutil, una acuarela, ¿usarías un pincel suave y flexible o un rodillo? El orgasmo femenino es complicado y a veces esquivo, y muchos hombres son incapaces de controlar el pene con la precisión necesaria para excitar a la mujer. Hacer el amor con el pene es como intentar dibujar una caligrafía con un marcador fluorescente.

    Los autores de Sex: A Man’s Guide llegan a esta conclusión: “Una de las principales revelaciones de la encuesta realizada por la revista Men’s Health fue el elevado número de hombres que afirmaba que el sexo oral es el mejor modo de hacer que las mujeres toquen el cielo con las manos. Se repetía hasta la saciedad que «el sexo oral es la única manera de que mi mujer llegue siempre al orgasmo» o «cuando un hombre sabe proporcionar buen sexo oral, la mujer siempre alcanza el orgasmo».

    La lengua, sin embargo, podemos controlarla perfectamente, sin límite de tiempo, y manejarla con la precisión de un experto. A diferencia del pene, la lengua resulta eficaz tanto si está dura como si está blanda, y nunca se calienta en exceso. El hombre no necesita preocuparse por el cansancio cuando usa la lengua, ni angustiarse por la eyaculación precoz o la impotencia. Puede relajarse y disfrutar del acto de dar.

    La lengua, un conjunto de músculos y nervios ligados por una membrana cubierta por miles de papilas gustativas, es el órgano sexual más versátil. Se trata del único músculo del cuerpo que no está sujeto por los dos extremos. Con la lengua tocamos, saboreamos y lamemos. Es el instrumento que nos permite hablar cualquier idioma, principalmente el del amor.

    Pero contar con el instrumento adecuado no es más que el principio: hay que aprender a usarlo. Muchas mujeres se quejan de las técnicas orales de los hombres: la falta de ritmo y consistencia en la presión, la brusquedad o el ímpetu con que el hombre se acerca al clítoris. Tal como afirmaban Strunk White en Elementos de estilo: “No hay que exagerar; una sola exageración resta valor al conjunto”.

    Por desgracia, también son muchas las mujeres que se quejan de la actitud de los hombres hacia el cunnilingus: remilgada o vacilante, excesivamente ansiosa, impaciente y hasta agresiva. Y muchos no son capaces de terminar lo que empiezan. En el Informe Hite sobre sexualidad femenina, la autora observa que “si bien la mayoría de los hombres disfrutan con el cunnilingus, sólo una minoría lo prolonga hasta que la mujer alcanza el orgasmo”.

    El cunnilingus es para la mayor parte de los hombres sólo un aspecto de los preliminares, un aperitivo que se sirve antes del plato principal: la penetración. Sin embargo, Paula Kamen nos dice que “según un estudio sexual realizado entre mujeres con conocimientos y experiencia, que utilizan un vibrador, el tipo de estimulación que por lo general o casi siempre produce el orgasmo es el sexo oral”.

    Tal vez sería preferible buscar un término que sustituya al de “calentamiento” para clasificar y apreciar debidamente la importancia del cunnilingus. Necesitamos una categoría más global y más amplia. Kamen cita un artículo aparecido en Mademoiselle en 1996 en el que la autora, Valerie Frankel, emplea el término “estimulación externa” para describir las importantes prácticas no genitales que por lo general quedan excluidas de los prolegómenos: “Las mujeres de los noventa no somos virgencitas remilgadas. Hemos practicado muchas veces la penetración y pensamos que la estimulación externa es superior con diferencia”.

    Categorías al margen, necesitamos comprender que el cunnilingus es un proceso completo que genera en la mujer una amplia gama de respuestas sexuales. En la Segunda parte de este libro hablaremos del cunnilingus como “nudo argumental”, como clave del “proceso lúdico”, y englobaremos en el calentamiento todas las actividades previas al primer “beso genital”.

    Ofrecer un buen cunnilingus exige un conocimiento previo de las técnicas (leer un libro como éste y practicar individualmente), para luego aplicarlas como es debido, con atención, paciencia y amor; y exige ante todo respetar, compartir y participar plenamente del acto de intimidad erótica.

    “El pene está muy mal situado, anatómicamente hablando, para llevar a la mujer hasta el orgasmo. Más vale que los hombres dejen en paz al pene, se olviden de esas terminaciones nerviosas inmaduras y aprendan a “orgasmear» con la lengua” (Tisdale).

    Suena raro, pero lo cierto es que podemos orgasmear con la lengua. No es que la lengua sea un sustituto del pene; en todo caso, es un complemento, una prolongación, algo que lo enriquece. Los hombres suelen decir en broma que tienen dos cabezas, la grande y la pequeña, y cuentan cómo las dos se pelean entre sí. Cuando el cunnilingus se practica con entrega y confianza podemos adentrarnos en un territorio donde ambas cabezas se funden en un proceso de excitación sincronizado con el de la mujer. Te fundes contigo mismo y con ella.

  • 05 La diosa interior

    Imaginemos un mundo en el que el orgasmo femenino, junto con el masculino, fuera un elemento imprescindible y crítico del proceso reproductivo; un mundo en el que los seres humanos no pudieran reproducirse a menos que los dos, hombre y mujer, tuvieran un orgasmo en el momento de la inseminación. En ese extraño mundo se seleccionaría a los machos no por su destreza en el uso de la lanza o su atractivo con un buen outfit, sino por su capacidad para llevar a la mujer invariablemente hasta el clímax; sólo los capaces de sentir su propio placer como parte del placer femenino serían aceptados por la sociedad. Los demás se verían condenados al ostracismo, expulsados, marginados.

    Suena tan extraño como una ficción de Margaret Atwood o un episodio de Expediente X, pero lo cierto es que, en el siglo XVIII, científicos, médicos y filósofos sostenían la creencia de que el orgasmo femenino formaba parte de la reproducción. Según señalaba Natalie Angier: “Nuestros antepasados no veían ninguna diferencia entre la capacidad para el placer sexual del hombre y el de la mujer, y creían en la necesidad del orgasmo femenino para la concepción. Galeno proclamó que ninguna mujer podía quedarse embarazada sin tener un orgasmo”.

    Este tipo de pensamiento “no científico” resuena desde hace miles de años, desde un tiempo anterior al patriarcado, desde una época de matriarcado y culto a la diosa, cuando las sociedades veneraban la sexualidad femenina como fuerza generadora de vida y la celebraban en los templos con amplia parafernalia y complicados ritos sexuales: ropajes, incienso, poesía, música, banquetes y vino.

    Hoy en día tendemos a dar por sentado que el sexo es, tal como nuestra sociedad lo define, un proceso lineal que abarca los preliminares, la penetración vaginal y el orgasmo masculino. Por su función procreadora, el orgasmo masculino, que culmina con la eyaculación, se ha visto elevado a los altares en nuestra cultura, hasta el punto de convertirse en paradigma cultural del sexo. El orgasmo masculino domina el desarrollo del acto sexual e ignora la capacidad innata de la mujer para experimentar orgasmos múltiples; es el acontecimiento que define tanto lo que antecede como lo que viene después. El orgasmo masculino es indispensable socialmente muy apreciado, aunque no tanto las mujeres.

    En el primer párrafo de su ensayo “The Functions and Disorders of the Reproductive Organs”, el conocido médico victoriano William Acton afirmaba: “Debo decir que la mayoría de las mujeres (por fortuna para la sociedad) no presta demasiada atención a las emociones sexuales. Lo que para los hombres es habitual, para las mujeres es sólo excepcional”.

    ¿Qué ha sucedido? Hasta el siglo XVII la ciencia y la sociedad occidental mantuvieron una visión “unisexual” de la anatomía humana; afirmaban que los genitales masculinos y femeninos eran similares y funcionaban de un modo semejante para producir el orgasmo. Mientras esta visión fue la predominante, la capacidad de las mujeres para el placer fue comprendida, si bien no siempre respetada.

    Según Rebecca Chalker, autora del inteligente libro The Clitoral Truth, a medida que la civilización occidental fue progresando durante los siglos XVIII y XIX (y mientras en paralelo crecía el número de mujeres insatisfechas), “la sexualidad femenina empezó a percibirse como un fenómeno muy distinto de la sexualidad masculina, como algo cada vez más secundario, casto y desprovisto de pasión”. Y continúa: “Los expertos en anatomía comenzaron a situar ciertas partes del clítoris en el conjunto del sistema urinario o del sistema reproductor. Las ilustraciones médicas se tornan entonces cada vez más simples y omiten determinadas zonas del clítoris. En la época victoriana, el orgasmo, aceptado hasta el momento como un elemento natural del repertorio sexual femenino, empieza a considerarse innecesario, indecoroso y hasta nocivo para la salud de las mujeres”.

    Y luego, como si el clítoris no tuviera ya suficientes problemas, llega un psicoanalista con un enorme cigarro (y eso que a veces, con independencia del tamaño, un cigarro no es más que un cigarro…).

  • 06 Evitemos a Freud

    Sigmund Freud se hizo famoso por demonizar el clítoris y formular una visión auténticamente falocéntrica de la sexualidad femenina. Difundió la idea de que el clítoris era una fuente inmadura de placer sexual, un mero campo de entrenamiento para el orgasmo vaginal, más “maduro”, que, naturalmente, sólo se alcanzaba mediante la copulación. Lo que resulta especialmente irritante es que en el momento de formular esta teoría Freud tenía un conocimiento claro de la función anatómica del clítoris, y sin embargo optó por difundir su particular visión de la sexualidad femenina, haciendo caso omiso de los conocimientos científicos. Dicho de otro modo, abusó del púlpito.

    Freud degradó al clítoris y ascendió a la vagina, tachando de “infantiles” los orgasmos clitorídeos. Según el padre del psicoanálisis, las mujeres adultas debían liberarse de su necesidad de orgasmos clitorídeos y desarrollar el deseo de ser penetradas; ¿no es eso lo que a fin de cuentas hace el pene? ¿Penetrar? A partir de este momento se criticó la masturbación femenina como generadora de dependencia clitoridea y se proscribió el sexo oral. Para Freud no existía otra opción: cuando una mujer no sentía placer durante la penetración es que algo le pasaba. El doctor Thomas Lowry refería en su comentado ensayo “The Cultural Psychology of the Clitoris” que “a Freud se le metió esta idea en la cabeza en 1910, sin ninguna prueba experimental, y es probable que haya hecho más daño innecesario que ninguna otra teoría psicológica”.

    “Al hilo de los cambios en el concepto de femineidad, el clítoris debería entregar su sensibilidad y su importancia, parcial o totalmente, a la vagina.”

    FREUD, New Introductory Lectures on Psychoanalysis.

    Puesto que ya entonces se sabía que las terminaciones nerviosas que estimulan la respuesta sexual se situaban en la superficie de la región genital femenina, la visión de Freud carecía de todo fundamento fisiológico o anatómico y respondía únicamente a un concepto de la sexualidad humana que reforzaba el modelo de la penetración y la reproducción. De ahí que la sexualidad femenina quedara subsumida en la masculina. A partir de ese momento, todo fue cuesta abajo.

    “El desprecio del clítoris por parte de Freud como un importante foco de sensaciones sexuales para las mujeres tuvo un efecto anatómico en la percepción médica y psicológica de la sexualidad femenina. Fue como si durante la mayor parte del siglo XX la amplia anatomía genital de las mujeres, incluso su exclusivo glande clitorídeo, se evaporara. El clítoris fue cayendo progresivamente en el olvido hasta perder su identidad anatómica” (Chalker)

    Lástima que Freud, quien afirmaba que «la anatomía es el destino», no tuviera el suficiente “sentido del clítoris” para apreciar que este poderoso órgano terminaría por resurgir de las cenizas de su sempiterno cigarro. Es justo reconocer, no obstante, que, próximo al final de su vida, Freud admitió que sus conocimientos de sexualidad femenina eran incompletos y dijo lo siguiente: “Si quieres saber más sobre el universo femenino, pregúntate a ti mismo, recurre a los poetas o espera hasta que la ciencia pueda ofrecer una información más sólida y más coherente”.

    Tanto el conocimiento que hoy tenemos acerca de la importancia del clítoris como el valor que atribuimos a su estimulación debe mucho al esfuerzo constante de numerosas personas empeñadas en desmontar las creencias tradicionales y dispuestas a librar la batalla en pro de la revolución sexual desde 1950 hasta 1980; a destacadas figuras como Alfred Kinsey, Masters y Johnson, Shere Hite o Betty Dodson; y a otras no tan destacadas pero igualmente importantes, como la doctora Mary Jane Sherfey, pionera de la idea de que el clítoris es un poderoso sistema orgánico.

    Sin embargo, el conocimiento sólo vale cuando se difunde y se aplica. Muchos hombres necesitan tiempo para aprender que la mayoría de las mujeres poseen un conocimiento intuitivo de su propio cuerpo -que lo escuchan y lo perciben-y que es necesario redefinir las prácticas sexuales de manera que abarquen una amplia variedad de experiencias sensuales y eróticas, que incluyan la penetración, pero sin limitarse a ella.

    Tanto en la teoría como en la práctica, cualquier definición del sexo debe incluir ante todo y sobre todo una actitud de profundo respeto. Según la periodista Paula Kamen, autora del estudio sobre actitudes sexuales titulado Her Way, “el sexo oral es entendido por las mujeres como un reflejo directo de su creciente poder, tanto en el ámbito social como en el sexual. Su práctica depende del modo en que hombres y mujeres reconocen y respetan ese poder”.

    En The Cradle of Erotica, de A. Edwardes y R. E. L. Masters, se nos cuenta que la emperatriz Wu Hu gobernó China durante la dinastía Tang. La emperatriz sabía que el sexo y el poder estaban inexorablemente unidos, por lo que decretó que funcionarios y dignatarios visitantes rindieran homenaje a Su Majestad Imperial mediante la práctica del cunnilingus. No es broma. Ciertas pinturas antiguas describen a la bella y poderosa emperatriz de pie y con la túnica levantada, mientras un noble e importante caballero o diplomático se arrodilla ante ella para aplicar labios y lengua al imperial montículo.

    El tiempo de reyes, reinas y decretos reales ha pasado, pero en el interior de muchas mujeres modernas sigue existiendo una emperatriz Wu Hu que anhela ser honrada por su caballero.

  • 07 ¿Qué hay en un nombre?

    Reconozcámoslo. La mayoría de los hombres identifican con más facilidad lo que hay debajo del capó de un coche que lo que hay bajo el capuchón del clítoris. Esta “confusión genital” se produce porque determinadas partes del clítoris están ocultas a simple vista. Si bien los genitales de ambos sexos están formados por el mismo tejido embrionario y se desarrollan de un modo análogo durante la gestación, el pene crece hacia fuera, mientras que buena parte del clítoris crece hacia dentro.

    Oliver Wendell Holmes hizo la interesante observación de que los genitales femeninos eran iguales que los del hombre, sólo que vueltos hacia dentro. No obstante, la ciencia moderna nos enseña que el hombre es una modificación de la mujer que tiene lugar durante el primer trimestre del embarazo; de manera que, en todo caso, los genitales masculinos son una imagen especular de los femeninos, y no a la inversa.

    VULVA O VAGINA: HE AHÍ LA CUESTIÓN

    Las zonas visibles de los genitales femeninos se corresponden con la vulva, y no con lo que común y erróneamente se llama vagina. La vagina tiende a ser el único término con el que designamos “todo lo que está ahí abajo”, pero la entrada de la vagina, conocida también como introito o antesala vaginal, es tan sólo una parte de la impresionante extensión de la vulva y desde luego no la principal en términos de estimulación y excitación sexual.

    El término vagina deriva etimológicamente de un vocablo latino con el que se designa “la vaina o funda de una espada”, lo que sin duda refuerza su relación con el pene y su dependencia de la penetración en un sentido más amplio, y quizá aluda también al proceso reproductivo, pero ciertamente no al proceso de placer.

    ¿Qué hay en un nombre? Según Shakespeare, “que lo que llamamos rosa olería igual de dulce aunque lo llamáramos de otra manera”. Pero el lenguaje de la ciencia nada tiene que ver con el del amor; “cunnilingus”, “vulva”, “introito vaginal”… tal vez no sean los términos que nos vienen a la cabeza en el calor del momento, y sin embargo son los correctos, por su precisión científica y descriptiva. Conocer la terminología es un excelente punto de partida para que comprendamos claramente el proceso de respuesta sexual y desarrollemos en última instancia un léxico erótico único y fiel al espíritu de nuestra particular relación.

    En Monólogos de la vagina, la autora y activista Eve Ensler describía su proceso mental con respecto a la palabra “vagina”, tanto en el título como en el conjunto de la obra:

    “Lo llamo así porque todavía no hemos encontrado un término más abarcador para describir tanto la región en su conjunto como cada una de sus partes. Tal vez fuera mejor llamarlo “conejito”, pero tiene demasiadas connotaciones. Además, no estoy segura de que la mayoría tenga una idea clara de lo que quiere decir “conejito”. “Vulva” es un buen término, más específico, aunque tampoco estoy segura de que todo el mundo tenga claro qué incluye la vulva”

    Ensler tiene razón: el término “vulva” es mucho más específico y abarcador, sobre todo para describir las zonas visibles del clítoris. Aunque la vagina tiene una función muy activa en el proceso reproductor, se sitúa en un plano secundario con respecto al clítoris en la producción de placer; el uso del término vagina favorece el desconocimiento de la anatomía femenina aún más que el genérico y popular “ahí abajo”.

    Vulva es lo correcto, en aras de la exactitud, y conviene que nos familiaricemos con el término. En la cama cada cual puede llamarlo como quiera, pero la misión de este libro es ofrecer un conocimiento exacto.

    [DIBUJO Visión externa de la vulva]

  • 08 Ahora lo ves: anatomía sexual femenina. Primera parte

    LA VULVA Y LAS ZONAS EXTERNAS DEL CLÍTORIS

    Si bien existe abundante documentación sobre la anatomía sexual femenina y el proceso de respuesta sexual de las mujeres, aquí nos basamos en el estudio realizado por la Federación de Centros de Salud de Mujeres Feministas y su excelente libro A New View of a Woman’s Body. Tras muchos años de estudio y análisis, esta federación ha redefinido en gran medida las creencias sobre la sexualidad femenina.

    Para empezar con las zonas visibles del clítoris, observemos atentamente en primer lugar todo lo que hay “ahí abajo”.

    El monte de Venus. Comenzamos nuestro viaje desde el norte, donde se encuentra el monte de Venus (mons veneris), así llamado en honor de la diosa romana del amor. El monte de Venus es un abultamiento cutáneo relleno de tejido adiposo y cubierto de vello púbico, que recibe también el nombre de “monte del amor”, pues forma un suave montículo sobre el sacro.

    Curiosamente, la función principal del vello púbico es atraer y mantener el olor de los fluidos que emanan de las glándulas de la zona genital, con el fin de que sirvan de fuente de excitación. Como Napoleón declaraba en una carta de amor a Josefina: “Mil besos para tu cuello, tus pechos y más abajo, mucho más abajo, a ese pequeño bosquecito negro que tanto amo”.

    Los labios mayores. En dirección sur desde el monte de Venus encontramos el comienzo de los labios mayores o externos, que presentan una abundancia de vello, mientras que los pliegues internos están revestidos por una mucosa suave y glándulas sudoríparas. Bajo la piel de los labios mayores se extiende una red de tejido eréctil que se llena de sangre con la excitación sexual. Los labios mayores son similares al escroto masculino y están formados por el mismo tejido embrionario. Aunque sensibles al tacto, los labios mayores no son tan sensitivos como los menores y otras partes del clítoris, como el glande y el prepucio.

    La comisura anterior. Los labios mayores abarcan la zona donde comienza la región visible del clítoris. Esta región altamente sensible, situada justo encima del glande, recibe el nombre de comisura anterior y es a partir de aquí donde el tronco del clítoris, que no se ve pero que cumple una función instrumental específica, culmina en la protuberancia del glande.

    Los labios menores. Se encuentran envueltos por los labios mayores, aunque muchos insisten en que es más correcto referirse a ambos como labios externos y labios internos respectivamente, más que como mayores y menores, pues los labios internos a veces sobresalen por debajo de los externos. Los labios menores recibían antiguamente el nombre de “ninfas”, inspirado en las famosas mujeres de la mitología griega incapaces de contener su impulso sexual, de donde surgió el término “ninfomanía”.

    Los labios internos envuelven y rodean el glande del clítoris, el orificio de la uretra y el vestíbulo vulvar o antesala de la vagina. A diferencia de los labios mayores, estos labios internos, más finos, no están cubiertos de pelo sino revestidos por una mucosa y glándulas grasas que se presentan al tacto en forma de minúsculos abultamientos. Los labios menores, repletos de terminaciones nerviosas, son extremadamente sensibles y desempeñan una importante función en el proceso de excitación sexual.

    Algunos antropólogos tienen la teoría de que el uso de la barra de labios tiene que ver con el deseo de las mujeres de que sus bocas recuerden a los labios menores: una señal para el sexo opuesto están sexualmente preparadas.

    Los labios menores presentan formas y tamaños muy diversos. No hay dos labios iguales, ni siquiera en una misma mujer. Unos son anchos y otros estrechos; unos se repliegan hacia el interior y otros se abren hacia el exterior. Su textura puede ser lisa y suave o rugosa y granulada. En el curso del proceso de excitación sexual, los labios internos cambian de color, pasando del rosa claro hacia tonos más intensos, y se hinchan y aumentan de tamaño al concentrarse en ellos la sangre.

    La capucha. Los bordes externos de los labios menores se unen en su parte superior justo por encima del sensible glande del clítoris, formando una cubierta protectora (análoga a la piel del pene), conocida también como prepucio. El rozamiento que se produce cuando la capucha entra en contacto con el glande del clítoris es una poderosa fuente de estímulo y de placer. La capucha protege también el glande del exceso de estimulación; inmediatamente antes del orgasmo, el glande se refugia entre los pliegues del prepucio.

    El frenillo. Los labios menores se unen por debajo del glande para formar el frenillo, una pequeña extensión de tejido epitelial, suave y sensible. Esta zona, al igual que los labios menores, es rica en terminaciones nerviosas y extremadamente sensible al tacto.

    La horquilla. Los labios menores se unen por detrás en la región conocida como horquilla o comisura posterior y limitan en su borde interno con el vestíbulo vulvar o antesala de la vagina. Así como la comisura anterior señala la parte superior visible del clítoris, la horquilla señala su parte inferior visible.

    El glande del clítoris. Protegido por la capucha de los labios menores, el glande es la joya de la corona, la protuberancia situada en la cima del tronco invisible del clítoris. Con sus cerca de ocho mil terminaciones nerviosas, el doble que las del glande del pene, y más de las que contiene ninguna otra parte del cuerpo humano, el glande es la parte visible del clítoris, más conocida como “botón del amor”. No es un mal término, pero recordemos que se refiere sólo a una parte del clítoris: el glande.

    Uno de los mayores errores que puede cometer un amante es subestimar la sensibilidad del glande. Lo cierto es que en el clímax de la excitación sexual, el glande se vuelve tan sensible que, con ayuda de un ligamento invisible (los músculos isquiocavernosos), se repliega bajo la capucha y suele quedar oculto en el momento del orgasmo.

    Hay glandes pequeños y grandes. Su tamaño varía tanto como el del pene masculino. Sin embargo, con independencia de su forma o de su tamaño, todos contienen el mismo número de terminaciones nerviosas, de manera que las dimensiones no influyen en la sensibilidad.

    La etimología de la palabra “clítoris” ha dado origen a cierta controversia. Mientras que para unos viene del griego kleitoris, que significa “colina o ladera”, otros afirman que procede del verbo griego kleitoriazein, que significa “tocar o hacer vibrar lascivamente, mostrar inclinación al placer”, y otros sostienen que la palabra kleitoris significaba inicialmente “divina y diosa”. Los tres significados son ciertos de un modo u otro.

    El perineo. El perineo es una pequeña región epitelial que separa la vulva del ano, situada justo encima del ano y debajo de la antesala vaginal. Bajo la superficie del perineo se extiende una red de tejido y de vasos sanguíneos que se llenan de sangre con la excitación y alcanzan una enorme sensibilidad. Según las observaciones del doctor Kinsey, el perineo es sumamente sensible al tacto, por lo que la estimulación táctil de esta región puede proporcionar mucho placer erótico. A la hora de planificar el viaje hacia las tierras del clítoris, no olvides visitar este punto caliente meridional.

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  • 09 Abora no lo ves: anatomía sexual femenina. Segunda parte

    LAS ZONAS INTERNAS DEL CLÍTORIS

    En lo que se refiere a los genitales femeninos y las zonas ocultas del clítoris, no basta con ver para creer; es preciso utilizar los cinco sentidos, especialmente el tacto. En el ya mencionado libro A New View of a Woman’s Body, se identifican dieciocho partes del clítoris, muchas de ellas ocultas a la vista, todas importantes desde el punto de vista sensorial. Veamos ahora las zonas internas del clítoris:

    El cuerpo clitorídeo. El tronco (o caña) del clítoris, que unido al glande discurre bajo la superficie de la piel, puede percibirse fácilmente al tacto, sobre todo cuando se endurece al llenarse de sangre con la excitación. Parecido a un tubito, está formado por un tejido esponjoso y eréctil, extremadamente sensible a las sensaciones. Se extiende hacia el monte de Venus a partir del glande, a lo largo de unos ocho milímetros, antes de dividirse como una espoleta en dos finos ligamentos (o piernas) que se ensanchan hacia abajo, a lo largo de los labios menores, y rodean dos bulbos gemelos de tejido eréctil.

    Si has notado alguna vez que el glande del clítoris se retrae y desaparece bajo la capucha en el momento del clímax, es porque el ligamento suspensorio que une el glande con los ovarios se tensa y lo obliga a replegarse.

    El clítoris tiene además un aparato de sostén formado por distintas capas de músculos, conocidas como músculos vaginales o músculos del suelo pélvico. Entre ellos se encuentra el músculo bulbocavernoso, un músculo par, en forma de paréntesis, situado entre los labios menores y los bulbos del clítoris. Este músculo se inserta con el elevador del ano, lo explica la excitación que produce la estimulación anal.

    Debajo se encuentra el músculo pubocoxígeo o PC. El PC se conoce también como músculo de “Kegel”, en honor al doctor Arnold Kegel, quien observó que este músculo se contrae durante el orgasmo. Kegel desarrolló posteriormente una serie de ejercicios destinados a fortalecer la musculatura pélvica y aumentar el placer sexual. El PC es el que permite detener el flujo de la orina, tanto en los hombres como en las mujeres.