El punto G se considera también la fuente de la eyaculación femenina, otro motivo de controversia. ¿De verdad eyacula la mujer? La respuesta es sí, aunque no lo hace de un modo tan explosivo como el hombre. La eyaculación femenina parece ser más una excepción que una regla. Lo cierto es que en torno a este concepto ha surgido toda una industria que incluye una amplia gama de libros, cintas de vídeo y cursos en los que se urge a las mujeres a descubrir y a dominar su potencial eyaculatorio. Pero en mitad de tanto jaleo hay que tener en cuenta que el reflejo del orgasmo forma parte del sistema nervioso autónomo; se trata de una respuesta involuntaria ajena al control de la mente. Esa momentánea sensación de “intemporalidad” que sentimos cuando alcanzamos el punto sin retorno es la expresión de la liberación de la tensión y parte integrante del goce que produce el éxtasis sexual; no debe confundirse con ejercicios de control mental que pueden llevar a una mujer a expulsar una pequeña cantidad de fluido, pero que no mejoran cualitativamente la experiencia del orgasmo, y en última instancia incluso pueden impedirlo.
¿De dónde surge la eyaculación femenina? Todo depende de a qué tipo de emisión nos estemos refiriendo. El fluido que en ocasiones se libera como parte natural del reflejo orgásmico involuntario parece originarse en la región de tejido esponjoso que rodea la uretra y que comprende pequeñas glándulas parauretrales. Dos de las más grandes reciben el nombre de glándulas de Skene y se sitúan cerca del orificio uretral. Ciertos estudios afirman que el fluido producido por estas glándulas es en realidad orina. Sin embargo, la analítica ha revelado que estas glándulas producen un fluido alcalino de color claro y composición muy similar al que produce la próstata masculina, lo que ha dado pábulo a la creencia aún más controvertida de que existe una próstata femenina. Lo cierto es que hasta 1880 estas glándulas parauretrales recibían sencillamente el nombre de “próstatas”. En definitiva, el fluido que surge de ellas no es orina.
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Ahora bien, el líquido que se expulsa como resultado de la contracción consciente de los músculos pélvicos bien puede proceder de la vejiga y contener por tanto orina. También parece ser que las mujeres que aprenden a eyacular conscientemente producen una cantidad de fluido superior a las que lo emiten de forma involuntaria, lo que refuerza la idea de que la orina podría contribuir al volumen total de la eyaculación. Otro asunto de interés es que, según se recoge en entrevistas a mujeres capaces de eyacular de manera voluntaria, este proceso es independiente de la excitación sexual y no necesariamente intensifica el placer del orgasmo, mientras que las que eyaculan involuntariamente son incapaces de distinguir el orgasmo de la eyaculación y con frecuencia ni siquiera son conscientes de haber eyaculado.
En conjunto, no parece que la eyaculación, voluntaria o involuntaria, intensifique el placer del orgasmo.
Para eso más vale que la mujer practique los ejercicios de Kegel y fortalezca la musculatura del suelo pélvico, porque eso sí se sabe que mejora la calidad de las contracciones orgásmicas.