06 Evitemos a Freud

Sigmund Freud se hizo famoso por demonizar el clítoris y formular una visión auténticamente falocéntrica de la sexualidad femenina. Difundió la idea de que el clítoris era una fuente inmadura de placer sexual, un mero campo de entrenamiento para el orgasmo vaginal, más “maduro”, que, naturalmente, sólo se alcanzaba mediante la copulación. Lo que resulta especialmente irritante es que en el momento de formular esta teoría Freud tenía un conocimiento claro de la función anatómica del clítoris, y sin embargo optó por difundir su particular visión de la sexualidad femenina, haciendo caso omiso de los conocimientos científicos. Dicho de otro modo, abusó del púlpito.

Freud degradó al clítoris y ascendió a la vagina, tachando de “infantiles” los orgasmos clitorídeos. Según el padre del psicoanálisis, las mujeres adultas debían liberarse de su necesidad de orgasmos clitorídeos y desarrollar el deseo de ser penetradas; ¿no es eso lo que a fin de cuentas hace el pene? ¿Penetrar? A partir de este momento se criticó la masturbación femenina como generadora de dependencia clitoridea y se proscribió el sexo oral. Para Freud no existía otra opción: cuando una mujer no sentía placer durante la penetración es que algo le pasaba. El doctor Thomas Lowry refería en su comentado ensayo “The Cultural Psychology of the Clitoris” que “a Freud se le metió esta idea en la cabeza en 1910, sin ninguna prueba experimental, y es probable que haya hecho más daño innecesario que ninguna otra teoría psicológica”.

“Al hilo de los cambios en el concepto de femineidad, el clítoris debería entregar su sensibilidad y su importancia, parcial o totalmente, a la vagina.”

FREUD, New Introductory Lectures on Psychoanalysis.

Puesto que ya entonces se sabía que las terminaciones nerviosas que estimulan la respuesta sexual se situaban en la superficie de la región genital femenina, la visión de Freud carecía de todo fundamento fisiológico o anatómico y respondía únicamente a un concepto de la sexualidad humana que reforzaba el modelo de la penetración y la reproducción. De ahí que la sexualidad femenina quedara subsumida en la masculina. A partir de ese momento, todo fue cuesta abajo.

“El desprecio del clítoris por parte de Freud como un importante foco de sensaciones sexuales para las mujeres tuvo un efecto anatómico en la percepción médica y psicológica de la sexualidad femenina. Fue como si durante la mayor parte del siglo XX la amplia anatomía genital de las mujeres, incluso su exclusivo glande clitorídeo, se evaporara. El clítoris fue cayendo progresivamente en el olvido hasta perder su identidad anatómica” (Chalker)

Lástima que Freud, quien afirmaba que «la anatomía es el destino», no tuviera el suficiente “sentido del clítoris” para apreciar que este poderoso órgano terminaría por resurgir de las cenizas de su sempiterno cigarro. Es justo reconocer, no obstante, que, próximo al final de su vida, Freud admitió que sus conocimientos de sexualidad femenina eran incompletos y dijo lo siguiente: “Si quieres saber más sobre el universo femenino, pregúntate a ti mismo, recurre a los poetas o espera hasta que la ciencia pueda ofrecer una información más sólida y más coherente”.

Tanto el conocimiento que hoy tenemos acerca de la importancia del clítoris como el valor que atribuimos a su estimulación debe mucho al esfuerzo constante de numerosas personas empeñadas en desmontar las creencias tradicionales y dispuestas a librar la batalla en pro de la revolución sexual desde 1950 hasta 1980; a destacadas figuras como Alfred Kinsey, Masters y Johnson, Shere Hite o Betty Dodson; y a otras no tan destacadas pero igualmente importantes, como la doctora Mary Jane Sherfey, pionera de la idea de que el clítoris es un poderoso sistema orgánico.

Sin embargo, el conocimiento sólo vale cuando se difunde y se aplica. Muchos hombres necesitan tiempo para aprender que la mayoría de las mujeres poseen un conocimiento intuitivo de su propio cuerpo -que lo escuchan y lo perciben-y que es necesario redefinir las prácticas sexuales de manera que abarquen una amplia variedad de experiencias sensuales y eróticas, que incluyan la penetración, pero sin limitarse a ella.

Tanto en la teoría como en la práctica, cualquier definición del sexo debe incluir ante todo y sobre todo una actitud de profundo respeto. Según la periodista Paula Kamen, autora del estudio sobre actitudes sexuales titulado Her Way, “el sexo oral es entendido por las mujeres como un reflejo directo de su creciente poder, tanto en el ámbito social como en el sexual. Su práctica depende del modo en que hombres y mujeres reconocen y respetan ese poder”.

En The Cradle of Erotica, de A. Edwardes y R. E. L. Masters, se nos cuenta que la emperatriz Wu Hu gobernó China durante la dinastía Tang. La emperatriz sabía que el sexo y el poder estaban inexorablemente unidos, por lo que decretó que funcionarios y dignatarios visitantes rindieran homenaje a Su Majestad Imperial mediante la práctica del cunnilingus. No es broma. Ciertas pinturas antiguas describen a la bella y poderosa emperatriz de pie y con la túnica levantada, mientras un noble e importante caballero o diplomático se arrodilla ante ella para aplicar labios y lengua al imperial montículo.

El tiempo de reyes, reinas y decretos reales ha pasado, pero en el interior de muchas mujeres modernas sigue existiendo una emperatriz Wu Hu que anhela ser honrada por su caballero.