Hay una escena sobrecogedora en la versión cinematográfica de La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera. Tomas y Tereza, una pareja joven y recién casada, viven en Praga en los comienzos de la ocupación soviética, durante los años sesenta. Tomas ha sido siempre un mujeriego empedernido y, aun estando casado, es incapaz de renunciar a sus aventuras eróticas con otras mujeres. Vive a su antojo y con entera libertad, pero su matrimonio está vacío. Tereza se encuentra prisionera del profundo amor que siente hacia Tomas, y torturada por sus “caprichos”.
La pareja aprovecha una ocasión para emigrar a Ginebra, con la esperanza de iniciar una nueva vida, mas, para gran decepción de Tereza, Tomas no renuncia a sus correrías. Un día, incapaz de soportarlo por más tiempo, Tereza lo abandona impulsivamente para regresar a la asediada Praga.
La ausencia de Tereza hace comprender a Tomas que su vida está vacía sin ella. Toma entonces una difícil decisión: regresar a Praga, donde vivirá en perpetua pobreza, abandonar su carrera como cirujano y renunciar a su libertad de expresión o de elección. Dicho de otro modo, acepta la carga inherente a la vida.
Vemos a Tomas cruzar la frontera de Checoslovaquia. Lo vemos entregar su pasaporte al policía.
De vuelta en Praga, Tomas regresa a su viejo, oscuro y destartalado apartamento, donde Tereza está durmiendo. Ella se despierta y no puede creer lo que ven sus ojos. Se abrazan los dos con lágrimas y esa noche hacen el amor por primera vez. Naturalmente han disfrutado del sexo en muchas ocasiones, pero esa noche hacen por primera vez el el vínculo que los une se ha convertido al fin en un sacramento, nacido del sacrificio de Tomas para estar con ella y consumado por la intensidad del amor que sienten el uno por el otro.
Como explica Kundera, el título de La insoportable levedad del ser surge a partir de una meditación sobre la filosofía de Nietzsche, quien afirmaba que deberíamos vivir cada momento de nuestra vida como si estuviéramos sentenciados a repetirlo una y otra vez, por toda la eternidad. Debemos vivir cada momento como si estuviésemos creando una obra de arte inmutable y eterna.
Pero no es tan fácil. No podemos vivir cada instante como si fuera eternamente indeleble; sería demasiado duro y la vida se volvería una carga imposible de soportar. Por eso escapamos y vivimos frívolamente. Aplazamos nuestras metas, nos atascamos en el camino, nos distraemos con trivialidades, pero en lo más profundo de nuestro ser sabemos que podríamos vivir de un modo más acorde con nuestras capacidades; la levedad es socavada por una sensación de pesadez; de ahí la insoportable levedad del ser.
Pese a sus múltiples aventuras sexuales y a sus numerosas amantes, Tomas tarda años en aprender a hacer el amor. Sólo es capaz de hacerlo cuando da la espalda a la levedad de sus romances triviales y opta por la carga de una relación de compromiso.
Tal vez no seamos capaces de vivir cada momento como si fuéramos a repetirlo eternamente, pero sí podemos hacer el amor de ese modo; podemos besar a nuestro amor con la conciencia de que deseamos ese beso, como una piedra lanzada sobre un lago en calma, rizando y ondulando su superficie eternamente. Como Tomas cuando regresa a los brazos de Tereza, podemos hacer el amor de un modo total e indeleble, con todo el peso y la sustancia de nuestro ser. Como dijo Bernard Shaw: “Te regalé el sol y todas las estrellas cuando me amaste. Te ofrecí la eternidad en un instante, la fuerza de las montañas en tu regazo y el volumen de todos los mares en un solo impulso de tu alma”.
Cuando ella llega primero, llega para siempre.